Presentación

Voy a suponer que Rafa Maltés, que ha homenajeado al Corto de Hugo Pratt aceptándose como un pariente del aventurero, conoce el conflictivo aforismo de Eugenio D’Ors que asegura que “Todo lo que no es tradición, es plagio”.

No es imposible que así sea pues esta sentencia está, al menos que yo sepa, dos veces grabada en piedra en Madrid y a la vista de cualquier curioso paseante.

La primera y más representativa se puede leer en el friso de uno de los laterales del casón del Buen retiro, la otra en el monumento diseñado por el hijo del autor de la frase y situado en el paseo del Prado.

Los textos que acompañan a las imágenes se nutren de la herencia de ancestros vivos y de otros desaparecidos (que nunca muertos) y como los nombres de dichos ancestros se citan en el libro, no he de insistir en ellos más que para añadir uno que falta, acaso el más elegantemente filosófico de ellos, cual es mi inolvidable amigo Máximo Sanjuan, maestro de dibujantes letrados e ilustrados. Creo que la brevedad sentenciosa de Maltés está también en la línea del desaparecido dibujante.

Evidencia el autor una sana e irónica apreciación de una parte de la realidad que nos rodea amenazante, realidad que contempla con tintes sombríos. Tiene razón, pues él mismo declara que no la ha perdido aunque está dolorosamente decidido a encontrarla en algún momento (pg.114). No debe olvidar sin embargo que a la razón le consideró la Ilustración una diosa y como tal, exige atributos a cambio de sus favores. Tampoco debe olvidar que tener razón, aparte de ser a veces cruel (y subversiva como el mismo indica en la página 54), no es suficiente  y hay que tener también armas, aunque preferiblemente éstas no sean de fuego ni de destrucción masiva.

Las de este autor, aunque las sugiere de hueso, en realidad son de tinta y, de momento, nos valen para acercarnos a lo que entendemos que es realidad y para comentarla con nuestros contemporáneos. veremos hasta cuándo nos sirven, porque el futuro se nos echa encima con tal celeridad que vamos a necesitar algo más que tinta e inteligencia para sobrevivir en un mundo en la que ésta será más artificial y menos emocional, en un mundo de ingeniería biológica y de continuas restricciones de las libertades individuales y colectivas.

Las imágenes, en su aceptación activa de la tradición que yo supongo sin afirmarla, tienen lo mejor que se puede tener para ir por el mundo con la cabeza bien alta: padres conocidos.

Para seguir la pista de su trabajo empiezo por pensar en Man Ray como surrealista relativamente independiente de la tiranía de André Breton, cuyas solarizaciones estarían en la prehistoria de las más drásticas y radicales del autor cuyo trabajo presentamos.

Inmediatamente viene el alemán Heartfield, dadaísta irredento de quien se conoce su utilización del fotomontaje como arma contra una realidad política que le toco vivir, realidad que seguramente no envidiamos quienes vivimos esta de hoy. Que no era fácil ni siquiera desde Checoslovaquia “fotomontar” imágenes como aquella de “Adolf, el superhombre, traga oro y vomita basura”.

Seguidamente pienso en Chumy Chúmez, genial hipocondríaco lamentablemente desaparecido, con quien trabé amistad en Suiza, (ese país imaginario en cuya costa situaba Krahe la acción de una de sus canciones) comprobando con sorpresa que allá y sin ánimo peyorativo dieron en llamarle “Chuy Churro”. Fue en el transcurso de un festival de cómic que había organizado una exposición sobre Franco en los dibujos de prensa al que nos invitaron a varios dibujantes españoles. El sombrío humor del que hace gala Rafa creo que le aproxima a este profesor mercantil donostiarra que iba, como uno de sus personajes, soportando el peso de una enorme piedra sobre sus hombros mientras decía resignado: “Ya ve usted, aquí, españoleando”.

No son pocos los ilustradores, dibujantes y artistas gráficos que en los años sesenta y setenta del pasado siglo usaron en su trabajo la expresiva dureza de la tinta plana o la trama ampliada de la fotomecánica que tenían su antecedente en la técnica de impresión que empezó a ser utilizada por el alemán Aloys Senefelder hace más de un par de siglos.

Otro de los más significados y por seguir mencionando a los amigos cercanos y en este caso afortunadamente vivos, ha sido y es el polivalente Alberto Corazón cuya maestría en el manejo de las artes gráficas es ampliamente celebrada y reconocida hasta extremos de su “utilización” ajena, más o menos lícita, por los que, aparentemente decididos a no seguir la tradición, caen en el segundo de los supuestos del aforismo dorsiano que tanto me preocupa. Hubo una época, tal y como la recuerdo, en que también Alberto, hoy dedicado a la pintura y a la escultura, utilizó para sus expresivas portadas e ilustraciones, la tinta plana negra y la trama ampliada de la fotomecánica.

A poco que me pusiera a rememorar saldrían muchos más ejemplos de artistas de un pasado lejano y de otro más próximo cuya huella puede descubrirse en las imágenes y los textos de este libro de cuidada edición.

Y a propósito de esta edición no puedo por menos de celebrar no solo su cuidado diseño y realización, como digo, sino su formato que yo creía desaparecido en la noche oscura de los sesenta.

Cuando me lo enseñó Koro hace unos días en el estudio, tuve un arrebato y sin poderlo evitar tiré de estantería y extraje mi “Cangrejo de alta mar” de 1971, con idéntico formato y similares solarizaciones en las imágenes.

Luego y ya puestos a tirar de las estanterías del pasado, me topé con el mismo formato cuadrado de 15 x 15 cms en una rareza editorial con un estupendo título: “Amanda, no te preocupes que Aristóteles se ha ido”, firmada por una pareja: Medina y Muriel que unificaban su nombre de pila con una escueta D. No he vuelto a saber de ellos pero a día de hoy, tendrán mi avanzada edad.

Bueno, dejo lo de la búsqueda en otro siglo de ancestros de este libro porque cuando me pongo a rememorar me entra el vértigo de la edad y me pongo insoportablemente enciclopédico.

Total, que no estando yo por la labor de completar una tesis acerca del autor, cuasi homónimo del marino aventurero, sino simplemente presentar su libro y mis impresiones sobre el mismo, acabaré permitiéndome una observación y un consejo desinteresado. creo que a ambas me autoriza mi veteranía de colega.

La observación es que el irónico título de su libro, contiene, al menos para la gente de mi generación, una peligrosa doble lectura pues nos hace pensar en aquella otra que, siendo apócrifo su origen, nos sobrecogía: “Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”. Es un asunto de asociación de ideas que, efectivamente, tampoco son buenas aunque es fácil desecharlas al comprobar la decisión que este título acredita al haber utilizado en él el modo «ponendo tollens» que al afirmar niega.

El consejo es que, dulcemente, sin estrépito y de forma metafórica, mate a sus padres por muy conocidos que sean. Pero que lo haga con armas también y preferiblemente, no de fuego ni blancas y siga haciéndolo con las de tinta. Que los mate, digo simbólicamente, para evitar que le maten a él, o sea en defensa propia. Que pese al tradicional amor por sus hijos, los padres son a veces muy posesivos.

Este crimen no conlleva penas de privación de libertad, al contrario, la potencia y va en beneficio de la misma.

No todos los que nos dedicamos a este oficio y sus derivaciones lo hemos conseguido, pero algunos estamos en ello.